Beatriz Elizondo, alumna de Costa Rica becada por FUNIBER de la Maestría en Gerontología opina sobre su experiencia estudiando a distancia
“Madre, esposa, profesional y estudiante, es posible”
Mi día inicia muy temprano, cerca de las cuatro de la madrugada…
A las seis de la mañana, ya va sonando la cafetera indicando que es hora de un café chorreado y de levantar a toda la familia.
Isaac debe alistarse para la escuela, que da inicio a las siete de la mañana misma hora en la que inicio mi jornada laboral.
El desayuno llega y es el tiempo de compartir los cuatro, Marifer se queda en casa con papá mientras la niñera llega y por otro lado, Isaac y yo iniciamos nuestro día fuera de casa.
Durante el día, resolver problemas, atender usuarios, redactar notas, asistir a reuniones, en ocasiones trasladarme hasta lugares alejados para supervisar las farmacias que me corresponde dirigir.
A las cuatro y media de la tarde de regreso a casa, mis retoños me esperan, una para que juegue con ella y para invitarme a tomar una tasa de café con pan de banano que me sirve metafóricamente en sus trastecitos de juguete. El otro, necesita de mi ayuda en la tarea de inglés, quiere que le revise su caligrafía y que me siente con él en la mesa mientras colorea sus deberes. No le gusta colorear solo, le encanta que le acompañe.
Luego, momento de la diversión. Vemos la televisión, salimos a andar en la bicicleta, correteamos por la casa, jugamos las rondas del lobo feroz y recargo de energía mi organismo con las risas y gritos de mis hijos. Esto cuando no hay que salir corriendo a las seis al taekwondo y yo, por supuesto, a mis clases de zumba, donde muchas veces mi querida Marifer me acompaña.
Llega papá del trabajo cerca de las siete, cenamos, y la energía de los pequeños no se acaba.
Ahora hay que jugar con papá también.
Cerca de las nueve, ya agotada por este derroche de energía de Isaac y Marifer acuesto a los niños y sin tan siquiera darme cuenta mi cuerpo ya solicita el reposo que es más que merecido. Pero, aún falta. Hay que alistar uniformes del día siguiente y es la hora de conversar a solas con mi esposo y pasar un tiempo juntos.
Diez y media de la noche a dormir, no sin antes colocar la alarma a las cuatro de la madrugada.
Cuatro de la mañana, es la hora de estudiar. Entre las cuatro y seis aproximadamente, leo mi materia y tomo algunas notas que luego me servirán para repasar y, la rutina de este nuevo día se repite de lunes a viernes.
Sábado, día de natación de Marifer y de llevar a Isaac a andar en bicicleta en el polideportivo de la ciudad. Luego, hacer algunas compras necesarias y más tarde ir al cine o ver películas en casa comiendo palomitas.
Domingo, tal y como lo manda el Señor, día de descanso. No hay escuela, no hay extracurriculares, no se hacen tareas, ya deben haber quedado listas. Día para asistir a la iglesia y agradecer a Dios por la semana.
Mi familia y yo vivimos en un pueblo llamado Pérez Zeledón, a 135 km de la ciudad capital, en el sur de Costa Rica. Puede parecer una distancia muy corta para quienes tienen carreteras de cuatro a seis carriles y en excelentes condiciones, pero lo cierto es que a nosotros para poder llegar a San José (la capital), nos toca o conducir o viajar en bus por tres horas o más través del denominado cerro de la muerte (no se asusten por el nombre, éste data de la época en que se abrió la primera brecha y muchos fallecieron en el intento, ahora es solo una carretera montañosa que eso sí no siempre se encuentra en buenas condiciones y con alta probabilidad de cúmulos de neblina que dificultan el avance rápido).
El punto es, solo en ir y volver por este trayecto, uno puede gastarse entre seis y ocho horas y es que es en San José donde se encuentran las Universidades que ofrecen las Maestrías que a mi como profesional en salud me interesan. Si bien es cierto en mi ciudad se ofrecen algunos posgrados, no son en la rama de la salud y tampoco llenan todas mis expectativas.
Yo obtuve mi grado en Farmacia en el 2004. Sacrifiqué muchas cosas durante mis estudios pero cambio obtuve mi licenciatura. Vivía en San José, veía a mi familia cada dos semanas y a veces cada mes.
No me arrepiento ni un poco de ese sacrificio pues me ha dado el activo más valioso que hoy tengo, el conocimiento, que me permitió encontrar un trabajo en mi ciudad natal y vivir cerca de mi familia. Pero ahora, ahora que tengo a mis hijos pequeños, no estoy dispuesta a sacrificar la convivencia con ellos, con mi esposo, con mi familia nuevamente.
La única oportunidad que tenía de seguirme superando era estudiar los sábados en San José, dejándolos solos el fin de semana, invirtiendo mucho recursos económicos que son necesarios para otros menesteres en mi hogar.
La experiencia FUNIBER me ha permitido realizarme como profesional y me ha permitido superarme académicamente sin necesidad de sacrificar lo que más amo: mi familia. El sacrificio es sólo mío. Yo madrugo para estudiar pero ellos no sienten que yo les quite tiempo del suyo, de su convivencia conmigo. Para una madre que trabaja fuera de su hogar, el tiempo que puede pasar con su familia es oro. Yo estudio mientras ellos aún duermen, yo soy dueña de mi tiempo y yo lo administro y gracias a mi beca, no hemos tenido que sacrificar la educación de Isaac, quien está en una buena escuela.
FUNIBER no sólo brinda formación de calidad sino verdaderas oportunidades. Me siento orgullosa de poder pertenecer a esta gran familia y muy satisfecha con la calidad de los cursos que ya he estudiado. Sin duda puedo recomendar esta experiencia y además la agradezco infinitamente.
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